INCOMUNICADOS
Como sabéis llevo una temporada sin Internet, aunque creo que estos oscuros días llegarán pronto a su fin, y esto condiciona mi visión de la realidad, pues el echarla de menos ha hecho que me fije más en todos aquellos que la tienen disponible en todo momento gracias a los listófonos o smartphones. Y lo que he visto no me ha gustado nada, quizás sea cosa de la envidia.
Vaya por delante que considero este invento sumamente útil, cuantas veces no habré echado de menos un mapa que me guiara a mi próximo destino, o una consulta a la Wikipedia que de por terminada alguna discusión. Pero noto que su uso se ha vuelto excesivo. Supongo que habrán notado la proliferación de personas que no miran otra cosa que su portátil aparato. Pueden estar jugando, viendo una serie, actualizando su Facebook, o leyendo GamesAjare pero el resultado es el mismo: el resto del mundo no existe, solo lo que se le muestre por pantalla. Si se usan auriculares el aislamiento es total, incluso veo cada vez más personas con auriculares gigantescos tipo ”cascos” con almohadilla orejera que se por experiencia que no dejan traspasar una gota de realidad, aunque esa realidad sea tan tangible como un camión de 500 toneladas a punto de aplastarte.
Uno de estos comportamientos que más me molesta y que se da frecuentemente en mi lugar de trabajo es el uso compulsivo de la Blackberry, smartphone especializado en recibir y enviar e-mails. En una sutil estratagema para apoderarse aún más del tiempo vital de mis compañeros (los llamo compañeros, pero dada nuestra diferencia salarial y jerárquica quizás fuera más adecuado llamarles amos) mi empresa ha distribuido miles de estos cacharros a sus cargos medio-altos. Y desde entonces he dejado de existir como persona para ellos, soy solo una dirección de correo. No saludan en el ascensor, no contestan los buenos días, no te miran ni a la cara. Solo existe la Blackberry con el videojuego más adictivo que se ha inventado hasta la fecha: el Outlook. Lo último que me ha pasado es que iba yo a salir del edificio por unas puertas acristaladas y frente a mí, al otro lado, dispuesto a entrar y mucho más cerca de las puertas que yo, un abducido de estos dándole a la ruedecita para abajo y para arriba. Y el cabrón se paró frente a las puestas sin mirarme y esperó a que yo se las abriera para entrar sin tener que separar sus manos de su santo grial, como si yo fuera su mayordomo. Lo perdono porque se que no fue consciente de su comportamiento, y para él solo fui una mancha en su visión periférica. Pero la próxima vez voy a abrir las puertas de golpe y hacia fuera, a ver que tal anda de reflejos.
Se que esto ha sucedido toda la vida, yo mismo lo hago cuando voy leyendo en el metro, pero hay una sutil diferencia: leer un libro tiene algún objetivo, aprender algo, enterarte de cierta historia, o tan sólo entretenerte… mientras que todos estos juegos rápidos de cinco minutos, el aislarte mediante la música, el leer correos del trabajo compulsivamente creo que tienen solo la función de rellenar nuestro tiempo, separarnos de los demás, de los desconocidos que nos rodean y de impedirnos reflexionar. Quizás la diferencia estribe en hacer algo porque realmente deseas hacerlo o hacerlo porque crees que no tienes nada mejor en qué emplear tu tiempo, y en ese nada mejor se incluye el resto de la gente. No me digan que no es irónico que en la era de la comunicación aprovechemos cualquier ocasión para incomunicarnos. Y esto no sucede sólo entre desconocidos, no me digan que no han presenciado como dentro de un mismo grupo de gente de vez en cuando hay alguno separado de los demás consultando algo que seguro puede esperar o incluso jugando ¿Cómo valora esa persona a los que le están acompañando si aprovecha la mas mínima ocasión para apartarse de ellos? Afortunadamente este caso no es habitual y muchas veces lo achaco a la novedad del cacharro, gran parte de la gente no ha tenido nunca algo tan potente entre sus manos y no puede resistirse a usarlo y ya puestos a presumir de aparato.
Steve Jobs se ha convertido en una persona más sociable desde que inventó el iphone. O quizás no.
Yo soy de los que prefiere ir a los sitios andando, y no soy de los que se les caen los anillos si para ir a un sitio tienen que caminar 40 minutos. Habitualmente en esos largos y solitarios paseos solía reflexionar sobre el rumbo que estaba tomando mi vida, descubría aspectos sobre mi mismo que no me gustaban, y pensaba en acciones para cambiar tanto mi vida como a mi mismo. Mas tarde al comprobar que todo seguía igual invariablemente me deprimía y angustiaba. Sucedió que me compré uno de los primeros Ipod que llegaron a España, de 20 GB de disco duro (mala decisión tecnológica para algo que se mueve tanto, petó al año y medio y Apple se la sopló), y descubrí que al llevarlo conmigo durante esas largas caminatas la música apagaba mis pensamientos. Ya no llegaba a ese estado mental donde la ausencia de estímulos externos nos lleva a pensar sobre los internos: nosotros mismos.
Así que mal usados, estos aparatos portátiles y por tanto omnipresentes pueden llevar a nuestro aislamiento e incluso impedir la introspección, tan necesaria si queremos tomar nuestras propias decisiones y no que las tomen por nosotros. La próxima vez que enciendas un aparato de estos en un lugar público piensa bien porqué lo estas haciendo ¿mero entretenimiento o quizás como una forma de aislarte y a la vez acallar tu voz interior?