ESCÁNDALOS, MIEDOS E INSEGURIDADES.
El escándalo, o mejor dicho el acto de escandalizarse y/o pretender escandalizar, entiende poco de sutilezas, va a por lo gordo, es torpe, adicto siempre al grito pero nunca al susurro. Es generalmente una suerte de daltonismo unidimensional que si logra entender el continente se le escapará el contenido, y viceversa. Un cíclope primo hermano de la censura, otra prima de riesgo muy interesante de abordar, quizá otro día.
Es curioso, sin embargo, como los “grandes escándalos” (de la más pura tradición romántica) se han convertido en algo rentable para todos los afectados e interesados y su popularidad ha llegado a cotas tan altas que es un fenómeno cíclico: De la misma manera que cada seis meses tienen un “nuevo” estudio que revela que comer chocolate y beber cerveza es lo mejor para evitar la alopecia, levantar el ánimo y aumentar el vigor sexual (que también es otra forma de levantar); cada poco tiempo, en todas las ramas de la cacofonía de colores en que ha terminado por convertirse el antaño noble ejercicio periodístico, tendrán su escándalo bien servido para darles de que hablar. Porque hablar por hablar es la pasión de nuestros tiempos.
El escándalo, tan impostor como lleno de impostura, es el hobby de una sociedad que lleva escorando hacia el más peligroso puritanismo desde hace tres décadas. Quizá el descubrimiento y pandemia de SIDA fue la segunda o tercera campanada de inicio de unos tiempos rancios que parecen novedosos por aquello de llevar algún logotipo de fruta.
Sin embargo, y vamos a ir entrando en materia poco a poco, lo que antes arruinaba fortunas, vidas y carreras, es hoy en día (exceptuando pocos casos) una suerte de mercantilizar una necesidad de catarsis popular. De la grata y divertida quema de la bruja (¡ah esas horcas y esas antorchas!) se ha pasado a una (necesidad de) quema a distancia, con sus mayores criaderos en idiotas salas de redacción y demás tipos de peluquerías.
La sobredimensión de la necesidad del escándalo, como motor social y pasto de puritanos, hipócritas y analfabetos, ha propiciado también una nueva figura, un nuevo subgrupo, un fenómeno que siempre ha existido pero hoy en día se ha disparado: De ese runrún continuo que soportamos, sufrimos y consumimos como comida rápida, ha nacido su par, su reverso, su alter ego, que es una especie de fustigante que se arranca las barbas y desgarrando su camisa para mostrar pecho lobo pide que le fusilen por su amor.
Esta “cosa pública” no es lo mismo que el individuo o grupo que protesta o se posiciona en contra de algo, ejercicio sano e inevitable porque todos tenemos contrarios y nuestra libertad es para ejercerla. No, no vamos por ahí.
Me refiero a ese sorprendente amarillismo que con los mismos mecanismos e intereses (sea lucro, visitas o hasta hacerse un nombre a lo bobo) y exactamente las mismas mañas y hasta medios, juega al contra-escándalo de una manera cínica e hipócrita. Una batalla de populismo barato contra populismo de segunda mano.
Estas reflexiones, entre otras, me refrescaban el verano ante el enésimo escándalo relacionado con un videojuego, debate en el que no voy a entrar ahora mismo porque no es el apunte que quisiera hacer y no quiero perderme, ni que se me pierdan.
Independientemente de las “cosas” que se decían (porque ya trabajar con argumentos está pasado de moda, como la filosofía y el encaje de bolillos) me chocó el grado de impostura que ciertas “cosas”, desde blogs y chiringuitos playeros especializados en sangría, respondían con otras “cosas”. En este mundo ya todo es cosa y nuestro vocabulario es una especie en peligro de extinción.
Impostura y violencia, porque violencia es también obrar de mala fe y encima atentar contra la inteligencia del lector, en la que la respuesta, tan apasionada como arrebatada ella, se ha oído mil veces antes y solamente parece importar el grado de concentración de lágrima en baba que desprende el juntaletras/ futuro PR/ dominguero del marketing de turno.
Entonces lo vi todo claro, como la iluminación que se siente después de haber comido una salita y catar líquido elemento. ¡Arrea Nicanora! –Me dije muy grave -¡Pero si esto nos es más que inseguridad y miedo! –Y arreglándome la corona de laurel de andar por casa seguí tocando la lira. Delenda est carthago.
Y en los círculos de la inseguridad y el miedo llevamos demasiado tiempo, nos han hecho un bocadillo entre unos y otros y ¡Ay del pobre infante al que pillen sin el andamiaje (andiamajare) bien montado! Por un lado tenemos, y en mucha menor medida, un desconocimiento “oficial” sobre los videojuegos, que lógicamente genera espanto, y recuerden que lo lógico no tiene porque ser sano ni racional. Así que en cuanto se sobrepasa el límite de tetas permitidas, los litros de sangre, las moralmente dudosas acciones que se puedan ejecutar o los escenarios recreados con “demasiado realismo», la alerta roja suena y se amplifica con una serie de medios (miedos) de comunicación que venden ruido y escándalo a una, sin entrar en debates nominalistas, masa embrutecida por lo inmediato y los decibelios.
Ahora bien, por el otro tramo de este pedregoso camino, tenemos la versión igual de pobre de lo mismo: Las repetidísimas frases de justificación, el sacar a pasear tontilocos estudios sobre la relación entre psique y videojuegos, cifras (porque hoy en día si uno no habla de ventas, compras y chuminadas obsesivamente parece un desinformado) y todo tipo de amaños populistas que solo son reflejos de un espejo empañado por la inseguridad.
Inseguridad por defender a toda costa una serie de gustos personales, que parece que generan cierta vergüenza fuera de lugar y una reacción desmedida cuando se ponen en tela de juicio.
Yo entiendo perfectamente que uno pueda querer defender sus gustos, no lo comparto hasta cierto punto pero lo entiendo, lo que no me cabe en la cabeza es que aún, AÚN, se siga jugando la misma partida de ping-pong perverso con las mismas bolas y palas, paletillas ellas.
Manierismos gastados por ambas caras (del mismo negocio) , calcos de sí mismos que llevan en circulación demasiado tiempo, subiendo el tono de voz y de arrebato para dar la sensación de novedad a una serie de discursos caducos y que aburren hasta la nausea.
Yo llevo jugando mucho tiempo, antes de que estuviera tan de moda y fuera algo tan popular, e incluso he intentado compartir pedagógicamente con personas cercanas algunos apuntes sobre esta nuevo medio de expresión y comunicación, con irregulares resultados. He llegado hasta a tener un poco de fe en su potencial como disciplina artística ¿Pero entrar en esta serie de “debates” con unos presupuestos tan pobres merece la pena? No, no la merece, no sólo es tiempo que les quita de jugar, MUY FUERTE Y ATOPE, sin tener que justificarse con nadie, porque los ajare no conocen el miedo e inseguridades, como las tonterías, las justas. Peace.