DARK SOULS EN ESCALA DE GRISES
Aviso al desconocido: si saben leer, lo que tienen a continuación es un destripe bastante importante de Dark Souls y La historia interminable. Si no los han jugado-leído les conmino a que lo hagan tan pronto como puedan y sobretodo antes de leerse este texto. No por leer la siguiente basura, si no por deleite propio; se están perdiendo dos maravillas de sus respectivos medios.
Michael Ende escribió allá por 1979 “La historia interminable”, un epopeya fantástica para todos los públicos, clásico atemporal de la literatura. Una historia de principio a fin confusa si no difusa en la que la personalización (atribuir a cosas propiedades humanas) de paradojas, irregularidades y vericuetos de la misma esencia humana creaba algunos de los más bellos, o terriblemente bellos, personajes y parajes a los que la imaginación pudiese dar vida. Dark Souls es una pesadilla sin fin en un mundo donde el tiempo quedó petrificado ante la magnitud de los horrores y penalidades que acontecen, una forja donde a hierro y fuego se malean las más oscuras maquinaciones terrenales en pura perversión eterna.
Buena parte de la infecta grandiosidad de Lordran (“Allá de donde se fueron los Señores” o “Allá de donde huyeron…”) radica en la construcción de sus hacedores, una inmensa y fútil obra de ingeniería con la que evitar la extensión del cáncer que indefectiblemente devoraría esas tierras. Todo en Lordran tiene una función; es tarea “del distinto” encontrarla, a sangre, sudor y lágrimas, dejándose literalmente la humanidad en el camino. El miedo a lo desconocido es el acicate para continuar hacia delante lentamente pero con decisión, para aprender de los errores que se cometerán… inevitablemente. El miedo a lo desconocido, ficha que apostar en un juego al que hay perder muchas veces para ganar, temporalmente, un instante de felicidad.
El constante temor a lo ignoto es el único y verdadero enemigo. Solo cuando se es capaz de entender la escasa dimensión del mayor temor del hombre se puede alcanzar ¿la gloria? Porque a fin de cuentas, ¿qué importa perderlo todo cuando no se tiene realmente nada? ¿Qué importa morir si no se hace luchando por un objetivo con todo el arrojo o astucia posibles? Pero, ¿cuál es el objetivo? Aún en un lugar de tiempos convulsos toda acción tiene su consecuencia, solo que esta es imposible de predecir. Lordran es una encrucijada con un único camino pero muchos atajos; no siempre la vía recta es la más provechosa al igual que no siempre un atajo es la vía más rápida. Las llamas de las hogueras que iluminan las tinieblas de Lordran, ofrecen descanso al viajero herido y devoran su humanidad. Faros anhelados en los momentos de pesadumbre, convertidos en flameante foco de desesperación. Toda acción comporta un riesgo. Afrontar esos riesgos es el primer paso para dominar la debilidad humana y poder dar la cara ante los mismísimos Dioses.
Elegir el camino equivocado puede suponer una rápida y dolorosa muerte a la que seguirá una lenta progresión. Elegir el camino correcto puede suponer un momentáneo alivio al que seguirá una rápida y dolorosa muerte. Podría decirse que no hay caminos erróneos en Lordran pues no hay caminos erróneos que tomar en el devenir de la vida, solo decisiones y las consecuencias de estas. Desesperación, engaño, intriga y muy esporádicamente bondad sembradas en ceniza. Ni siquiera la ayuda entre desconocidos es desinteresada. Quienes una vez anduvieron los mismos pasos se verán tentados por las recompensas que la desesperación ajena comporta, imbricándose cada vez más en la telaraña de La Verdad. Claro que esas recompensas comportan unas muy indeseables consecuencias… Siempre habrá quien se rija, sin regir, por altos ideales aunque la muerte lo lleve en el empeño. O, al menos, quien crea regirse por altos ideales. “El distinto” se ve inmerso en una bulliciosa caldera de “distintos” poderosamente iguales, compartiendo destinos, ya sean afortunados o infortunados, con ellos.
Entre abominaciones imposibles y criaturas fantásticas en lugares aún más imposibles y fantásticos Dark Souls cala algunas de las grandes preocupaciones que cualquier ser humano puede desarrollar y las moldea en una forma despiadada, quizá por tanto en la forma más realista. Puede ser, perfectamente, que la poesía de Lordran no sea más que una mera ilusión óptica de quien quiere ver compleja genialidad en lo que raya la más genial simpleza. Puede ser, perfectamente, que la genialidad radique en la sugestión constante y el respeto a un espectador protagonista de gala en la función de su vida y muerte. Después de todo, Dark Souls no es más que la mera experiencia de vivir; de sobrevivir. En esencia, la misma experiencia, sin atender a razón de fronteras, sexo o edad. Es un inesperado mensaje de esperanza para el destinatario sorprendido, pues no importan los innumerables retos y la dificultad de los mismos. De una forma u otra, hay que superarlos. Queda imponerse sobre ellos como nadie hubiera esperado jamás que se hiciese. Nunca se acaban los retos y siempre se cae en el camino, pero eso solo lo hace más emocionante de recorrer.
Por descontado hay taras en una obra hecha por y para humanos, pero lo mismo que es imposible no estremecerse ante la majestuosidad de La Gran Pirámide lo es no dejarse llevar por la cautivadora atmósfera de transitada soledad, pasando por alto las leves imperfecciones que la incapacidad material dejó en la grabadas en la piedra. ¿Cómo reprochar la injusta aleatoriedad o la imposibilidad transitoria desmedida frente a semejantes virtudes? ¿Cómo reprochar los versos quebrados de este soneto perfecto?
Dark Souls es una pesadilla sin fin, decía. No, Dark Souls es un sueño hecho realidad, la mejor clase de sueño posible: aquel que no se puede imaginar. Una obra hecha por y para humanos que es un regalo de Dioses. Un sueño que solo languidece cuando acaba… por primera vez.