Y de la historia, el mayor problema no es ni siquiera el qué, si no el cómo, ya que por hache o por bé el jugador acaba llevando a cabo exactamente lo que el juego te pide en todo momento incluso cuando el héroe lleva a cabo actuaciones a priori, discutibles. Esto, que en el año 2000 era un intento de demostración de cómo el mundo del videojuego era capaz de crear un personaje protagonista «complejo» y lleno de matices, en pleno 2015, Dishonored o Deus Ex: Human Revolution mediante, es todo un ejemplo de cómo alienar al jugador restándole de paso por el camino toda la interactividad que se le presupone al medio. ¿No es ridículo dejar al jugador tomar todo tipo de decisiones a para luego a la hora de la verdad cuando ha de tomar una decisión vital que altere el rumbo de los hechos obligarle a llevar a cabo acciones con las que ni siquiera un mono borracho estaría de acuerdo?
Y para rematar la faena, a la previsibilidad de la historia y lo disfuncional y anticuado de su propuesta hay que añadirle que en la mayoría de sus misiones, el juego traiciona el espíritu por el que apuesta durante el resto del juego llegando al absurdo en esas misiones Call of Duty que por supuesto, no hay por dónde cogerlas.
Pero, y aquí por fin vienen las buenas noticias, la campaña para un jugador casi que da igual y puedes incluso no jugarla (aunque sea recomendable para poder desbloquear las zonas), porque ese resto del juego, ese señor sandbox bien parido es divertido, emocionante, desafiante y está plagado de unas misiones secundarias que nos cuentan pequeños trozos de la historia de Harran, la ciudad donde transcurre el juego, mucho más emotivas e interesantes que la sosa historia que nos cuenta la línea argumental principal.