Algunos de estos monstruos fueron como yo. Un padre o quizá una madre que se negaron a abandonar su hogar y que, aparte de nosotros, los STALKERS, son los únicos, deformes y terroríficos habitantes de esta zona junto a las variaciones genéticas de la fauna local que, ignorantes e inocentes a lo sucedido, solo han visto sus capacidades para las supervivencia mejoradas. Porque una rata lo tiene más fácil para arrancarte el cerebro y el corazón a mordiscos si tiene la velocidad de un rayo y el tamaño de un perro.
Y nosotros no somos sino otro tipo de monstruos cuya deformidad habita en el interior en forma de codicia. Por eso venimos aquí. A buscar fortuna. A hacer dinero deshonrando la memoria de todos aquellos que tuvieron que entregar su vida gratuitamente tratando de apagar el fuego que la desidia y otro tipo de codicia, la energética, habían iniciado tras la explosión del reactor de la central de Chernóbil. Estamos aquí para escarbar en la miseria que dejaron atrás todos aquellos evacuados, para encontrar los «artefactos» generados en un suelo que un día perteneció a alguien que jamás volverá a pisarlo.
De repente el cielo se oscurece. En un instante se ha hecho de noche. Segundos después la lluvia se detiene y un sol casi cegador lo inunda todo. Todos los que estamos aquí sabemos lo que va a pasar a continuación. Suenan las alarmas. Los altavoces situados por la zona alertan para que nos pongamos a cubierto. Y nadie desobedece, ni siquiera los bandidos. Algo está a punto de ocurrir, algo que llamamos…
“Emisión”.
Durante una “emisión” las leyes de la naturaleza se alteran por completo, el viento se convierte en fuego, el cielo es una extensión del mismísimo infierno, la tierra tiembla quejándose por el daño recibido, desatando su frustración sobre nuestras cabezas y anhelando limpiar a hostia limpia lo que no es capaz de lavar con agua. Nadie sobrevive a una emisión si se queda a infierno abierto.