AJAREPEDIA: H de Howard the Duck

Howard the duck (la pinícula) contiene todos los clichés de los 80: pelos cardados, hombreras, punkipop, científicos locos, monstruos de papel maché, rayos láser. Y como película incomprendida que es, ganó 4 razzies, incluyendo el de peores efectos especiales para ILM.

La premisa es la siguiente: un ser es atraído a nuestro planeta con un rayo espacial que abre un portal interdimensional (lo mismo que le pasó a Michael Jackson). A partir de aquí todo deviene en situaciones de chascarrillo fácil provocadas por los malentendidos típicos de ser strange in a strangeland, rozando ya lo clásico con el chiste de un pato al que le sirven huevos con beicon para comer.

Toda la película gira en torno a la tensión sexual que se percibe entre la chica y el pato, y la gran mayoría de espectadores se queda hasta el final por si se consuma el acto zoofilico. Lamentablemente para los pervertidos, todo lo que consigue el pato es un casto beso, aunque puede sentirse afortunado de haber aterrizado en una población sin un solo restaurante chino.

No nos vamos a sorprender si el videojuego no tiene nada que ver con la película, de hecho la base argumental son los comics (ver Ajarepedia sobre el juego Vietcong). Y sí, el juego lleva la coletilla: aventura en la isla del volcán, pero joer, que si sale al mismo tiempo que la peli pues uno espera lo que ha visto en el cine, no un mal refrito de un comic (quién coño lee comics, bueno, los de adlo)

En resumen: secuestran a tus mejores amigos y los llevan al interior de un volcán ACTIVO. Sí señores, en una vuelta de tuerca al género de buenos contra malos, nuestro heroe deberá patear culos en una versión modernizada y ajare de la guarida del malo: un volcán hueco y además activo. ¿Qué clase de imbécil construiría su casa encima de un mar de lava?. Probablemente, el mismo idiota que diseñó un videojuego donde el protagonista es un pato incapaz de cruzar un río porque no puede nadar. Digo que no puede, porque saber, suponemos que sabe.

Con tus DOS poderosos movimientos de quakfu reducidos a una suerte de mala imitación de patada voladora que intenta parecerse a Chuk Norris y acaba siendo la patada en los huevos de patio de colegio, has de enfrentarte a enanos con careta que surgen de las profundidades de la selva con el mismo entusiasmo que un funcionario ficha a primera hora.

Salta por encima de arenas movedizas (una y otra vez) hasta que creas estar jugando al track and field, pilota un ala delta y adelántate décadas a Farcry, remonta la corriente de los enfurecidos rápidos gracias a tu mochila propulsora, alégrate por descubrir un juego todavía más malo que ET de la 2600.

Cuando hablamos de la dificultad en un videojuego de la época dorada de los 8 bits, generalmente siempre tenemos en mente a un programador hijodeputa que decidió que su curso de Basic le iba a cundir lo que no está escrito. y es que no puede haber mayor satisfacción para la entrepierna que, pasados 20 años, todavía existan personas que se quejen de lo difícil que era el Abu Simbel, joer ven, otro pajote a la salud de Victor Ruíz.

Howard the duck entra pues en la categoría de «mi juego es difícil porque tuve que programarlo a todo correr mientras«: a) me presionaban los de marketing, b) un gorila borracho me hacia la circuncisión con un cuter oxidado, c) el gorila de marketing había bajado a por mantequilla.

Tremendamente infravalorado, Howard the duck tiene el honor de haber hecho palmar dinero a todo el mundo que tuvo algo que ver con el proyecto (ya sea la peli o el videojuego), les da un motivo para reírse de Tim Robbins y, last but not least, demuestra que una idea estúpida nunca funcionará por mucho que se meta dinero a espuertas o se carezca de él. Un pato que habla, por dios.