Para empezar bien y curarnos en salud como bellacos les diré que a mí no me gusta nada pasar miedo. Existirán, pues de todo hay en este mundo menos en las mejores familias, algunos maniacos que se lo pasen pipa; yo como no soy de buena familia ni maniaco, como mucho neurótico, lo paso muy mal con el miedo, como biológicamente debe ser además. Soy un esclavo de mi cuerpo serrano y mi programación genética.
Ese baño María de adrenalina que espabila todo el cuerpo para facilitar una respuesta rápida ante la amenaza, ese ritmo cardiaco bailando salsa para facilitar la circulación del oxigeno que devoramos a bocados con una respiración acelerada, y que va directo a alimentar el cerebro y los músculos, esas pupilas dilatadas como cazuelas de la cocina de un menú del día de camioneros bulímicos o esa liberación del azúcar almacenado en el hígado que aporta un repentino subidón de energía y unos calores que ni en la mejor época del destape se vieron, o incluso hasta esa reacción completamente involuntaria de relajar el esfínter y la vejiga, cagándose y meándose de miedo, literalmente, no son de mi agrado. Nunca lo ha sido. Por no hablar de los diversos problemas de salud, tanto físicos como psíquicos que una constante exposición al miedo provocan.
Allá Vds. si caen en la trampa, es muy fácil llegar a confundir el miedo con el vivir o, mejor dicho, como única fuente de sentirse vivo.
Lo mío no es el miedo, les repito, sobre todo cuando generalmente hoy en día, civilización mediante, sus peores efectos se sufren cuando la amenaza ya ha desparecido o en diferido, y en la carne de otros pobres diablos que se ven en los telediarios.
Lo mío, eso sí, son sus simulacros, su teatrillo, la farsa controlada y administrada con tiento: Los disfruto enormemente a la vez que sospecho que sufro alguna variante del síndrome de Estocolmo (terminar por apoyar al propio agresor e identificarse con la fuente del miedo, pura perversión del mecanismo de supervivencia) debido a los terrores intensos que sufrí en mi más tierna infancia gracias a Chicho Ibáñez Serrador y su programa “Mis terrores favoritos” y otros tantos programas y ciclos sobre el género que le siguieron, todos impensables en nuestra gloriosa televisión de hoy en día en que el “terror cotidiano y real” ha ganado definitivamente la batalla al “terror simulado”. Belén Esteban se ha comido a Frankenstein para que me entiendan y recapaciten sobre en qué sombras, en qué gramitos y por qué cavernas moramos y nos demoramos, esto es perder el tiempo en alimentar el stress y no la sabiduría Fucksiana.
Sin duda conocerán, por trillado, los mecanismo de «huida o defensa», que resume fatal la riqueza que podemos mostrar como seres humanos así como la complejidad de sombras (aquello no conocido) y Monstruos (aquello no semejante) que por cultura/neurosis inundan, anegando, o no, nuestro día a día. Sin embargo es la magnitud de este miedo el que provocará una respuesta escorada, inclusiva o no, en uno de ambos ámbitos. El miedo tiene grados, sí, y sus respuestas también.
Bien cubierto de laureles les seguiré diciendo que muchos estudiosos opinan que evolutivamente no sólo la capacidad de respuesta, sino los propios miedos (o sus bases antes de que se ramifiquen e individualicen) son muy pocos, pero tan intensos como arquetípicos: El miedo a la oscuridad, a las alturas, a los reptiles, al dolor, a la agresión etc. Terrores enquistados en nuestra «programación» biológica, y que gracias a haber sido dotados con ellos, evolución mediante como su caniche Monchi, durante cientos de miles de años, Vds. Hoy por hoy saben leer, escribir, les operan con anestesia y hasta viven más allá de los 30 años, algunos hasta se echan novia y todo. Luego están los que se tiran desde un árbol para ver qué pasa y otros que llegan a imaginar que se van a hacer pupita, o mejor aún: Ya lo han leído antes de gente que se ha hecho pupita y aún así se tira de cabeza gritando non serviam.
Una segunda ración de miedos, no tanto de serie sino a medio camino entre lo biológico y el aprendizaje, nos vendría en nuestros primeros años de vida, y dependiendo de nuestra propia historia personal o condicionamiento social, tan natural en el caso del ser humano como la “programación” biológica (somos naturaleza y cultura a partes iguales, o biología y civilización) pasarían a tener relevancia en nuestra personalidad : El miedo a los extraños, el miedo al abandono o el miedo a la separación materna son los ejemplos más fáciles de entender.
Otros tipos de miedo social (o condicionado) puro, nos perseguirán toda la vida, porque otra cosa no pero hijos de nuestro tiempo lo somos todos: Hoy en día el miedo a ser enterrado vivo (muy remotamente posible) o a una invasión marciana (improbable) no se dan a un nivel general, son rarezas que sin embargo hasta antes de ayer estaban flotando en esa nube del fantasma colectivo. Añado que las primeras porque ocurrían con una frecuencia espeluznante.
Sin embargo el miedo al Cáncer o al Sida (posible) o a un apocalipsis zombi (improbable), están muy presentes. El miedo es polimorfo y se adapta a todos los gustos y modas, y como el deseo no sabe nada de realidades: Es ciego y por tanto todo lo manosea. A nosotros nos toca negociar con él, como con un «otro» de tan nuestro que es.
Por si fuera poca la carga que vamos llevando en nuestro inventario; como tercer punto debemos añadir el rizo del rizo, el más “moderno” de los miedos: El miedo al mismo miedo a través del abanico de neurosis cristalizadas en fobias, bastante más comunes de lo que muchos pensarán, a la vez que íntimas, propias de la personalidad, experiencias e historia de cada persona, y que varían en grado desde suponer una pequeña molestia ante ciertos estímulos hasta representar un serio hándicap para el desenvolvimiento “normal” en sociedad de la persona.
Cabe sincerarme al decirles que desde mi opinión, y desde la de la disciplina psicoanalítica, todos somos neuróticos como hijos de una civilización que gestiona, ordena y regula. Represión necesaria para vivir en sociedad que le dicen en los barrios bajos.
Viendo todo esto que les estoy contando parecería que pasamos nuestra existencia aterrorizados: Pues sí y no. Viendo que somos animales conscientes y racionales parecería que pasamos nuestra existencia intentando desvelar los misterios de nuestra naturaleza, del cosmos y escribiendo preciosas odas a la primavera, y ya ven que tampoco y también.
Por suerte sin la presencia de la amenaza nos mantenemos en el sanísimo nivel de Stress en el que todos hoy en día vivimos y no surge el miedo, aquí entendido como reacción física y psicológica. Por supuesto insisto en que esta amenaza puede ser real o imaginaria y que su presencia puede sugerirse (En esta zona anda la banda del sacamantecas, el ascensor se puede quedar bloqueado, me puede atropellar un coche, quizá mañana mi novia me abandone,¿ y si mañana lanzan un misil termonuclear en mi barrio? etc.) o presentarse directamente (venga el dinero o te rajo de arriba abajo, están lloviendo bombas como confeti , ya no me quiere mi Mari Pili y se ha ido con una monitora de pilates… etc.)
El miedo, como el dolor, es la sensación más humana y conocida, a pesar de que nos hagamos los despistados e ignoremos sus desagradables frutos
Y aquí pasamos a ver cómo se pueden reproducir, o simular, esas sensaciones. En el caso de los videojuegos, un medio tan completo debería ser sencillo, aunque no lo es. Los videojuegos son inmediatos y juegan con la ventaja de que el espectador/actor es uno mismo; pero parten de tres problemas principales:
-Los simulacros del miedo y su tensión son muy difíciles de mantener: Deben dosificarse.
-El miedo, como un buen cóctel debe mezclarse con primos suyos para poder digerirse con clase. Gotas de angustia, explosiones de pánico, sustos del tren de la bruja (necesarios en su mínima dosis). El miedo debe tocar todo su espectro para mantener la intensidad.
-El Ejercicio de imaginación queda sesgado en la mayoría de los juegos «del género», esquivando el principal motor del sentimiento: La fabulación del jugador (¿Qué habrá en esta sala?, Esto está muy calmado algo va a pasar, ¿Qué está pasando? etc). Es más positivo y atractivo sugerir que mostrar.
Con estas dificultades, como cualquier medio para ciertos campos ¿Cómo se prepara el terreno para que un juego llegue a rozar esa sensación agradable/desagradable de miedo? a través de varios puntos, trampas, que me atrevería a decir que son tan arquetípicas que podrían ser insalvables. Veamos, amadas lectoras, amigos lectores:
-El dolor.
Traducido como amenaza, perdida de saluid, muerte etc.
Como en todo videojuego de este ramo tiene que haber una mecánica de pérdida. La pérdida puede ser más o menos dura y difícil de sobrellevar (sí, pienso en Dark Souls) pero lo suficientemente medida para no frustar inmediatamente al jugador y empujarle a continuar: Puzles irresolubles, monstruos imbatibles o laberintos sin salida son poco amigos del juego de terror que tiende a ser más directo e inmediato.
-Tensión.
Lo que en otros juegos se llama no separarse del ratón, o del mando si son de esos, en uno del tema que tratamos debe entenderse por no poder soltarlo, con el culo muy picueto por miedo a hacerse caquitas, no literales claro está, o no.
El buen juego de terror debe estar tan bien dirigido y su narrativa tan dosificada, para que el jugador quiera dejarlo sin dejarlo: Me vienen a la cabeza dos casos: El Amnesia: The Dark Descent y el Amnesia: A Machine for pigs. Juegos tan milimetricamente escritos que suponen una auténtica montaña rusa de emociones merced a sus triquiñuelas.
-Angustia. La angustia, del griego angor (estrechez, constricción),
-Atmósfera
Lo suficientemente sugestiva como para que el jugador no vea la tramoya, de la misma manera que en el cine no se ve la pantalla.
-Sustos del tren de la bruja
Les confieso que la única cosa que no soporto es que me griten, lo cual es ser poco menos que anormal en el país en el que vivimos.
El “susto de tren de la bruja” es eso, pura chulería, truco barato e infantil, puro grito y estrépito. En su justa, y necesaria, dosis, es decir más de una y menos de tres veces por película/videojuego la cosa es un cliché entrañable que uno espera que aparezca cuanto antes para echar el sello y desaparecer. Cuando la cosa sobrepasa esas dosis estamos ante un puro espectáculo de barraca en que a la inteligencia del espectador se la trata a escobazos.
Vean el estupendo Dead Space, que donde podría haber terminado con un escalofrío o un guiño, un rien va plus, un “descanso del guerrero” o un “no somos nada”, y resulta que termina con el enésimo sinsentido del gitanito con mascara que reparte caramelos y da escobazos en la cabeza ¿Qué va a haber segunda parte? ¡Por mí como si sacan siete con multiplaya y roncolas de regalo! Puede ser, y sin duda será, espectacular, pero tan innecesario como un examen de próstata a los 20 años.
–No matarás, o sí: Depende.
Me van a perdonar porque además de estar ya viejo (y achacoso), cada vez soy más intransigente y violento con las menores tonterías. Por ejemplo no soporto que por el hecho de que un juego tenga una atmosfera oscura, un objetivo/narrativa retorcida, “solamente” monstruos, o algunos esporádicamente etc… ya se considere un “survival horror”. Quizá es que no soporto esas etiquetas (tan restrictivas en su mayoría) inventadas al uso por algún pobre diablo barbilampiño americano: Algunos bellos ejemplos son “Beat´em up” (dales estopa en las encías hasta que sangren), “Sandbox” (el parque lleno de deposiciones caninas donde tu hermano mayor fuma porros) o “Roguelike” (Coge la katana y mata Pepito, que todos te odian ¡viva el rol y el Betis!)
Pero ya con el goteo de aceite fino de la primura de “survival horror” la cosa es de esperpento.
Tampoco aguanto la etiqueta de género que algunos lumbreras decidieron bautizar como “Survival horror”, el “horror” muchas veces no se ve ni en pintura y el “survival” es la mecánica del 90% de los videojuegos donde el Game over es simple y llanamente un epitafio-
Precisamente para completar el despropósito la gente se lo toma muy en serio y pretende establecer qué es lo que forma un “survival horror”; se ha hablado de controles imposibles, de una situación de desventaja frente a la amenaza y hasta, como si un juego de futbol no pudiera hacer gala de dichas características, unos trucos de cámara, unos balonazos a la cabeza y hasta mordiscos en los genitales de Butragueño…
Dicho todo esto vamos a pasar a la miga. A lo juegos que considero los primeros de la clase en la Universidad de la Vida. Van a llevarse muchas sorpresas, pero para ello deberán esperar unos días amigos ajarianos.
Continúa en la Segunda parte