Apatía, desesperanza y abatimiento son solo algunas de las sensaciones que transmite la banda sonora de Gustavo Santaolalla para el The Last of Us de Naughty Dog. Recuerda, curiosamente, a todos sus trabajos para Iñárritu (21 gramos, Biutiful, Babel). Entre las células mutantes en circulación, Santaolalla ha creado un ambiente ocre donde se hace muy difícil respirar, y esa quietud pesada convierte toda la miseria del universo TLOU en una desesperación contenida y taciturna. No llama la atención desde su escondrijo, pero se alimenta de nuestra cordura desde su calma idílica.
TLOU está dirigido a una audiencia masiva que no se caracteriza, desde luego, por ser tímida a la hora de apretar un gatillo, y cuyo momento álgido de introspección es en la intimidad de su váter. Aprovechando al máximo todos sus recursos para conmover, TLOU nos planta delante de las narices los restos decadentes de un mundo que nunca volverá. Que nunca ha estado aquí. Que todas las promesas que hizo no eran de verdad. Y al igual que HEALTH se encargaban de contextualizar con su noise rock el aire deprimente de Max Payne 3 en la que fue una de las mejores bandas sonoras de 2012, Santaolalla ha hecho lo propio con The Last of Us, envolviendo su historia postapocalíptica en un caramelo decadente que sabe a western crepuscular.
El fin del mundo suena seco, árido y acústico, construyendo nostalgia y romanticismo del género a partes iguales.
Santaolalla canaliza los ritmos sistólicos de un cuerpo al borde de la muerte y su colapso inminente, y es consciente del pronóstico desolador que presenta: a través de lo que parece un remedio indoloro e intravenoso (melodías lentas, sencillas, acústicas), prepara amablemente al espectador para lo inevitable. Mueve discretamente las mandíbulas del enfermo para que mastique y llegue vivo al desenlace. En TLOU, Santaolalla retrata a una población esquelética a través de reverberaciones cercanas al silencio, llevándonos por la carretera más larga mientras aguantamos el último aliento.
Sus composiciones reflejan todos los sacrificios que hacemos a lo largo de esta pesadilla, todos los ladrillos construidos en cada decisión, y una moral grisácea. La fina línea entre el bien y el mal está dictada por nuestra necesidad de justificar nuestras espeluznantes acciones, e intuimos desde la intro que el camino acabará en fango, pero no podemos evitar ver una chispa de luz cuando avanzamos. La presión de conseguir desesperadamente un arma, escapar o la necesidad de defenderse son temas que la banda sonora de Santaolalla no olvida en su retrato de un alma enferma.
Su banda sonora nunca cruza la línea de la narrativa, si bien la entiende y responde con una experiencia sonora que encaja perfectamente en una historia sobre el instinto de supervivencia más primario y potente. La sutileza de las –casi exclusivas- cuerdas del compositor complementan de forma magistral la desesperación de Joel, su pérdida de brújula moral y la incapacidad de ambos protagonistas de volver a ver la luz. TLOU, con sus treinta pistas de música aparentemente inofensiva, ha creado uno de los retratos más descorazonadores de esta generación.