PIRATERÍA Y PATERNIDAD
Educar resulta agotador porque es una tarea en la que tienes que tomar un montón de decisiones críticas en tiempo récord de manera continuada durante periodos muy prolongados. ¿Saben lo del fulano que trata de mantener los platos de sopa girando sobre unos palos? Pues así todo el rato.
Obviamente puedes tomarte la vida con relax, cruzar los dedos, entregarte a los brazos de la genética y rezar para que todo salga bien, o puedes partirte el cobre tratando de que tu hijo comprenda «cómo funciona el asunto».
Tú decides y según cómo lo enfoques obtendrás uno u otro resultado pero al final del día sólo tú sabrás si lo has intentado o te has dejado llevar. Si al final te sale rana y te has dejado la piel, qué se le va a hacer, al menos no te pasarás las noches pensando en que no lo intentaste con todas tus fuerzas.
Porque una de las primeras cosas que aprendes cuando eres padre es a perdonarte. Es imposible no cometer errores en la educación de un niño, más que nada porque como comentaba al principio tienes que tomar un alto número de decisiones diarias que afectarán a su futura educación, empezando por tu propia forma de afrontar los problemas y terminando en cómo le vas a explicar a tu hijo, si es que decides hacerlo, que estás absolutamente convencido de que Ben Tennyson es un jodido soplapollas.
El tema es que antes o después casi todos los padres van a tener que plantearse la relación que sus hijos van a tener con los videojuegos.
¿Dejamos que el niño juegue o no? ¿Qué tipo de juegos son recomendables para él? ¿Cómo le enseñamos a diferenciar entre realidad y ficción? ¿Cuántas horas es recomendable que un niño juegue? ¿Al día? ¿A la semana? ¿Debe de jugar todos los días o debe de ser un premio? Pero la que hoy nos atañe es:
¿Cómo debemos de afrontar la relación entre educación y piratería?
En un artículo anterior hablaba de que para que un sector sea maduro éste tiene que estar compuesto por «consumidores» que actúen de manera responsable. Es obvio que antes de pedirle precaución y cabeza a un consumidor, antes tiene que ser eso, CONSUMIDOR y para ello tiene que entender que las cosas cuestan un dinero que hay que pagar si queremos que sigan existiendo y que la forma de «quejarse» por el precio de un producto no pasa por piratearlo, si no por sencillamente, no comprarlo hasta que esté a un precio que consideremos razonable o si se prefiere, asequible.
Los niños son caprichosos por naturaleza y flaco favor le haces a un niño si le das todo lo que él desea, ya que antes o después se convertirá en un jodido tirano y posiblemente, a la larga, en un soplapollas. No estoy aquí para juzgar a nadie, he visto a padres caer rendidos ante las exigencias de un hijo simplemente porque es realmente duro estar 10 horas currando, llegar a casa destrozado y tener que aguantar una rabieta detrás de otra porque a ti no te sale de los cojones regalarle en ese mismo instante un Mazinger Z de medio metro de alto. Lo entiendo. Yo mismo he claudicado en ciertos momentos en un «Tengamos la fiesta en paz» que, me consta, la mayoría de las veces no hace más que posponer el problema cuando no lo hace aún más grande.
Esa sensación de que todo eso que lleva el niño en la mochila no tiene valor por no ser tangible e intrínseco a su soporte continente. Así, el mensaje transmitido rezuma un absoluto desprecio hacia este tipo de entretenimiento y aunque el padre seguramente actúe con algo de juicio y «compre» algunas cosas y otras no, el niño no recibe un mensaje claro y dado que los niños nunca se rigen por consignas demasiado complejas (el suyo es un mundo de blancos y negros) lo que le acaba quedando en la cabeza es eso de:
«¡PERO SI SON GRATIS PARA QUÉ PAGAR POR ELLOS!».
Porque no tengan la más mínima duda de que todo esto es un problema EDUCACIONAL y este es el polvo de un lodo que es capaz de arrasar lo que se le ponga por delante.
Porque habiendo recibido un educación así, no sería justo pedirle al niño que de mayor conserve un mínimo de coherencia en sus hábitos de compra y víctima de un síndrome de diógenes digital que conlleva un exceso de oferta será incapaz de realizar una justa valoración del producto al que se enfrenta, lo que creará un individuo que difícilmente podrá esgrimir una crítica argumentada tan necesaria en tiempos de infierno digital y que a fin de cuentas es uno de los fundamentos de la madurez de un sector: un público que comprenda el sector en el que participa.
Al ser los videojuegos un medio interactivo en el que el jugador aporta una gran parte del resultado final, la tragedia es doble porque este consumidor no preparado repercutirá en la calidad de las obras futuras.
Además si los videojuegos son algo sin valor… ¿Quién querrá trabajar en ellos? ¿Quién soñará con crear el nuevo Doom? ¿Quién querrá ser el nuevo Carmack o el nuevo Avellone? ¿Quién hará avanzar a la industria?
Por otro lado tenemos el problema del exceso de información. Puedes tener todas las películas, libros y juegos en tu haber que entonces lo único que conseguirás es agarrarte un agobio de dos pares de cojones por sacar tiempo para disfrutar de todos ellos y cuando estés en plena faena no disfrutarás porque estarás más pendiente de pasar al siguiente título que de disfrutar del que tienes entre manos. Y de ahí surgen los odiosos «menuda mierda que sólo dura 8 horas» que en realidad quieren decir «yo ya me lo he acabado y tú no porque soy más afortunado que tú/Tengo serios problemas de autoestima» que tanto se leen en los foros de jugadores «juarscors».
Un videojuego como cualquier obra ha de ser degustada con calma, dedicándole su tiempo justo. Nunca aprenderás a valorar una obra si no te tomas el tiempo necesario para su adecuada valoración porque sin ésta no hay crítica y sin crítica no hay evolución o por lo menos es difícil que se realice en la dirección adecuada. ¿Quién los disfrutará meses o años después por un mero valor de perspectiva histórica? ¿Quién estudiará su evolución? ¿Quién les otorgará el lugar que merecen?
Si en la educación de nuestros hijos está demostrado que por medio del premio se consigue más que a través del castigo ¿Cómo explicarles a nuestros hijos quién premia a los creadores? ¿Queremos enseñarles que el esfuerzo no vale para nada? ¿Que no es recompensable? ¿O que el esfuerzo que vale es el de uno mismo y no el de los demás? ¿Que tiene más premio el que se lo baja todo por la patilla que el que lo crea? ¿Que hacemos las cosas aunque estén mal simplemente porque podemos hacerlas?
Porque el problema como es lógico no reside en la manera en que enseñamos a nuestros hijos a actuar frente a los videojuegos, si no en cómo ellos van a traducir todos estos mensajes para a aplicarlos al resto de disciplinas de la vida. ¿Les vas a contar que los juegos se descargan de internet y se meten en una tarjeta y así no tienes que pagar lo que valen en una tienda para a continuación explicarles que han de estudiar y ser responsables para tener un trabajo que les haga felices con el que además ganarse las judías? ¿Cómo explicarles lo que es “el esfuerzo” como concepto? ¿Y el respeto? ¿Cómo vas a explicarle a tu hijo lo que es el respeto por los demás mientras con la otra mano le enseñas a descargar películas de internet?
Tranquilos que ya lo sé. No haciéndolo. Sálvese quién pueda y maricón el último.
Porque déjenme que les diga una cosa: Este es un problema que tenemos como SOCIEDAD. Lo mismo es un político metiendo la mano en la hucha general «porque total lo hace todo el mundo y tampoco pasa ná» que un señor defraudando a hacienda en su declaración; una facturita en B «que si no nos clavan», unos viajecitos cargados a cuenta de la empresa, una licencia de Obras menor cuando debería de ser mayor, un taxímetro amañao, unas ONG’s para llevárnolas crudas, unos miles de libros descargados en un ZIP que «JAJAJA parece mentira» o una R4 hasta las trancas de las últimas novedades. Es lo mismo. A distintas escalas. Pero en el fondo ES LO MISMO. Y la educación se erige bajo unos cimientos sólidos creados en torno a unas reglas claras y definidas, no entorno a unas prácticas de discutible moralidad que funcionan a veces sí y a veces no para según qué productos o qué circunstancias aleatorias eb función de lo que a cada uno le convenga o le salga del rabo.
¿Y saben qué se va por el váter si cometemos cualquiera de esas pequeñas tropelías? Nuestro DERECHO AL PATALEO. Nuestro derecho a encorrer por la calle a gorrazos al chorizo de turno. Nuestro derecho a mantener la cabeza bien alta como ciudadano y decir «YO NO SOY ASí». Y a que tus hijos tampoco sean así. Y a que quizá, en un futuro, el de ellos sea un mundo mejor. Porque eso sí que es algo que estoy convencido que todos queremos como padres. Un mundo mejor para nuestros hijos. Fundamentalmente porque nos CAGAMOS VIVOS de miedo con el mundo que creemos que les va a tocar vivir pese a que curiosamente ese mundo depende de nosotros y sólo de nosotros.
Y lo entiendo. Y Dios me libre de señalar a nadie o querer enmendar la plana a nadie. Entiendo que la vida es una mierda, el personal tiene un curro que odia, una máquina de regañar en casa en lugar de una compañera y lo único que quiere al llegar al refugio del guerrero después de compartir oficina con 10 personas a las que odia durante 12 horas, es que no le den demasiado la turra. Y comprendo que si a pesar de partirse el lomo no puede comprarle a su hijo el juguete que tanto desea, decida mirar para otro lado e instalar toda la mierda que le quepa al enano en la «R4» para tratar de compensar. Lo entiendo. De verdad que sí.
Lo que quiero decir con todo esto es que cuando haya niños delante y pirateen, dado que es el mensaje equivocado para su educación, porque flaco favor hace al medio afectado, porque anula la futura capacidad crítica, o por cualquiera de los motivos arriba expuestos POR FAVOR hagan como cuando fuman: salgan a hacerlo a la terraza. Así si un día «les pillan» lo mejor que les podrán decirles es que les «daba vergüenza» reconocerlo.
Porque quizá el primer paso para la «normalización» de esta situación no pasa por dejar de piratear, si no por empezar a sentir un poco de vergüenza en lugar de orgullo al hacerlo.