MOTOSIERRAS, POMPONES Y TIEMPO BALA
Juliet Starling es una animadora exuberante del instituto San Romero. Su novio Nick va a conocer a sus padres esa misma noche, pero hay un pequeño detalle que le ha estado ocultando: ella y su familia son una letal estirpe de cazadores de zombies muy bien entrenados. Nada nos resulta raro ni lo suficientemente ridículo. Lollipop Chainsaw se ríe de su propio contenido y ese es su mayor éxito. Junto con la música. Y la personalidad que desprende. Y la sátira sobre los personajes femeninos en el mundo del videojuego. Y las motosierras. Y los pompones. Y la cabeza decapitada de tu novio que siempre quisiste usar como llavero. Quien dice novio dice ex.
Lollipop Chainsaw es el ejemplo perfecto de las posibilidades que puede explotar un título. En un entorno en el que todo parece una locura, Suda 51 produce un desfile de referencias escogidas de una forma tan inteligente como divertida es su propuesta. Un mix muy colorido de arquetipos de terror que pulsa las teclas correctas para conectar los arcades de la vieja escuela con un lenguaje moderno. Como concepto, Lollipop deja a Alice: Madness Returns tan fuera de lugar como lo estaría la bandana de Jimi Hendrix en un océano de trajes de Armani y hace tanto por los Hack n’ slash como lo que hacía Dead Space por los shooters.
El menú principal, presentado en forma de cómic (novela gráfica, para los modernos), incluye el “Cherry Bomb” de Joan Jett como música de fondo. Disculpe, ¿es aquí donde uno viene a recordar a este icono de actitud? En la escena de los años 70-80, el rock & roll era un estilo de vida. Los Stones en estado de gracia o las guitarras de Alice Cooper o Black Sabbath: daba igual. Solo que, obviamente, los creadores eligen a una fémina guerrera para introducirnos en este mundillo decadente. Sobre esta tendencia al caos y al sonido sucio sobrevolamos Lollipop, ya sea en sus exponentes más clasicotes como este “Empire State Human” setentero o en protagonistas de la parrilla de distorsiones más actual, como Sleigh Bells.
La crudeza de los de Alexis Krauss y su “Riot Rhythm” es perfecta para la primera entrada a nuestro instituto. Matar zombies en un instituto y con distorsiones sucias de fondo me resulta familiar, ¿no estoy en un algo hecho por Whedon? Como ya dije en esta casa, en el apartado sonoro de los juegos de zombies hay un par de vertientes muy definidas: la clásica, más ambiental, con la búsqueda del matiz psicológico; y la guitarrera, gritona, más adaptada a divertirse dando hostias. En Lollipop Chainsaw solo tenemos esta segunda vertiente. No hay tiempo para reflexionar sobre lo que pasa en pantalla porque tenemos que matar a cien zombies en menos de tres minutos sobre una pista de baloncesto. En este sentido, lo ruidoso, lo irónico y lo poco sutil exponen perfectamente la esencia de Lollipop. Todo su apartado sonoro es escandaloso, obsceno y nada discreto. No quiere pasar desapercibido en ninguno de sus aspectos y supongo que por eso formamos corazones de neón y arcoiris en el aire cuando realizamos un combo, pero no lo sé.
Atari Teenage Riot son otra de esas cúspides en la banda sonora de Lollipop Chainsaw. Es imposible mantener una conversación coherente, leer o conducir mientras suena el hardcore punk de Atari. Ridículamente absurdos, con una combinación caótica de ataques brutales, electronic noise o thrash metal, el exceso de decibelios y la mirada a unos años 90 de violencia enmarcan las ideas de Lollipop Chainsaw: violencia gratuita, energía, personalidad marcada y no tomarse nada en serio. Escuchar a los Atari de los 90 y volverte loco de nostalgia es como evitar las bombas pixeladas de los minijuegos de Lollipop, y el olor a palomitas de este combo grindhouse guitarrero es lo más hortera que se ha colocado en un álbum en años.
Por eso, la de Lollipop Chainsaw se coloca cómodamente a la altura de Max Payne 3 como mejor banda sonora de 2012, salvando las distancias entre un producto formado mayoritariamente por temas previamente compuestos y el trabajo artesanal y evocador que se marcaron HEALTH. La pieza central de Max Payne 3 es “TEARS”, con sus secuencias de percusión y sus balbuceos con sintetizadores, y es tan especial porque está compuesta específicamente para el juego, pero podría pertenecer a cualquier LP del cuarteto de noise rock. Con “TEARS” es Max Payne 3 el que se adapta a la naturaleza del conjunto. El resto de cortes del disco se separan de esta conexión, aunque sigan siendo una delicia y un compendio genial de dance, noise y punk. La banda sonora de Lollipop Chainsaw, por el contrario, aglutina demasiados estilos y géneros como para reducirla a un solo corte, aunque el “Lollipop” de The Chordettes podría servirme. Sus mezclas son tan absurdas que cargarnos a una retahíla de infectados con una espigadora y “You Spin Me Round (Like a Record)” de Dead or Alive como banda sonora es una de las experiencias más memorables del juego. La integridad referencial de Lollipop cala hondo en su apartado sonoro hasta tal punto que los temas punk, rock y de pop clásico se ciñen al juego como el cuero y los efectos de sonido son muy precisos. Descabellados, sí, pero en su sitio y a todo volumen.
Ambas scores son ejemplos de que la variedad en el audio produce un entorno de ficción verosímil y detallado, y una horda de zombies verosímil es toda una proeza. Qué le vamos a hacer, si hemos bebido de la serie B toda la vida y Rob Zombie nos ha hecho tanto daño. Cuando pienso en Lollipop Chainsaw como experiencia, no se aleja a la de sentarse a ver House of 1000 Corpses con amigos, cervezas, Children of Bodom y comida grasienta. Es lo más parecido a una noche de risas, mientras que la experiencia sonora de Max Payne 3 se acerca más a esas reminiscencias a Twin Peaks, al aire atormentado e inquietante de un Angelo Badalamenti a las órdenes de David Lynch. Para mí, las dos mejores bandas sonoras del año, con permiso de Hotline Miami. Una, formada por temas ajenos, componiendo un tracklist hortera y lascivo a la altura de su narrativa; la otra, una labor pulcra, delicada, decadente y cuidada hasta el más mínimo detalle.