OPULENCIA SE LLAMA MI LIFESTYLE
Cuando yo era pequeño, tenía cinco canales en la tele. Cinco, ni uno más. Cuatro y la autonómica. Y veía la tele. La veía muchísimo. Y tenía dos juegos al año, el del cumple y el de reyes. Juegos cortos y repetitivos, en su mayoría, cuyo gran atractivo era no guardar la partida de ninguna de las maneras posibles. Y los rejugaba hasta la saciedad.
Ahora tengo 120 canales, o algo así, y no veo la tele. Me compro… ¡ya no sé ni lo que compro en plataformas digitales! Me compro montones de juegos a los que se que no voy a jugar. Y es cierto que ahora soy un adulto y que no tengo tanto tiempo. Pero es igual. Hay, como es natural, más que eso.
El tiempo hoy es más desordenado que antaño. Yo tenía que picar a mis amigos a las cinco. Si quería ver Kabuto, el guerrero tengu, tenía que quedar en picarles a las seis. No tenía otra opción. Tampoco tenía otra opción que corresponder a esos horarios. Si mi colega salía de casa, perdía la opción de verle. Nada de mandarle un wasapp, nada de que me mandase su posición en el Smartphone. Ni siquiera podía llamarle al móvil. Ahora salgo de casa cuando quiero, le mando un mensaje, y me pongo el capítulo mientras voy a verlo.
Aunque eso no es del todo cierto. No miro capítulos de Kabuto, el guerrero tengu. Era una serie que me llamó la atención de niño. Pero no era una serie espectacular. Y en principio, eso es subir el listón, y es bueno, ¿no?
¿Pero realmente hemos subido el listón?
Sean películas, libros, música, o, por supuesto, juegos, estamos sufriendo una situación increíblemente paradójica: nunca habíamos tenido tanto a nuestra disposición, y nunca habíamos sido tan endogámicos. La competencia es prácticamente global, y mientras unos 10 o 15 triunfan, otros son unos desconocidos, más incluso, de lo que lo habrían sido antes. Y eso no es bueno.
No lo es, porque no es que ahí estén “los mejores”. ¿No están ahí Modernwarfare o Angrybirds? Nos encanta decir que internet nos libra del mainstreming (es fascinante la capacidad que tienen los caucásicos de inventarse etiquetas con connotación despectiva). Pero es lo contrario. Internet ES el mainstreaming. “Mainstreming” es una palabra que usamos ahora, que cojones, ¿es acaso una mera casualidad?
Porque ahora tenemos un exceso de información, eso lo sabemos todos. Se acabó mirar la contraportada de un juego y probarlo, a ver que tal. Ahora te compras un juego y ya sabes que es, de los pies a la cabeza. Y el problema, aparte de que pierdes toda capacidad de sorpresa respecto a él, es qué en realidad, ese exceso de información no te reporta nada.
Porque las 1000 voces que hablan del juego X acaban acallando a las 20 que hablan del juego. Y, por mucha razón qué tenga. Al final está el marketing, que te vende sus cinco vacas sagradas, y la web, donde estamos los cuatro gatos que hablamos de los 4 juegos de que siempre hablamos.
Pero yo me doy cuenta de la enorme cantidad de tiempo que no le doy una oportunidad a un libro por sus sinópsis, a una película por su carátula… porque intento evitar llevarme chascos… ¿Pero es que es malo llevarse chascos? ¡Llevarse chascos forma parte de la vida!
Porque vivimos en una sociedad que no para de elevar su nivel de expectativa. Vivimos en una jodida sociedad enferma que espera que todo lo que lea le enseñe una nueva dimensión de conocimiento, que todos los negocios se conviertan en multinacionales con logotipos de frutas y que todos sus polvos acaben en orgasmo. Y es así, cada uno en lo suyo. Hasta para protestar porque el director de tu colegio se agencia la subvenciones tienes que salir en el país digital y tener más de 300 comentarios. De ahí que los lideres sindicales de hoy en día parezcan más lideres sectarios que lideres sindicales. Vivimos en una sociedad enferma que basa su vida, su obra, y su prima de riesgo, en el número de gente que se ha molestado en darle al jodido botón de “me gusta”. Pendientes de tener 1000 followers o 3000 usuarios únicos.
Quejicas, eso es lo que somos. Exigentes con los demás, desesperados con nosotros mismos. “Fracasados”, nos llamamos a diario. Incapaces de cumplir expectativas propias imposibles, es decir, de estar a gusto con nosotros mismos y nuestra propia obra, solo nos queda intentar destacar sobre los demás.
Vivimos la época de los Attention Whore. La época en que puedes vivir de chupársela a alguien y dar vueltas por platós contándolo a media España, con llamadas a diestro y siniestro de personas muy interesadas en tu modo de vida. Escandalizadas, dicen, pero tremendamente interesadas. La época en que la prensa persigue a criminales de guerra, delincuentes, narcotraficantes, para llevarles a cualquier precio a un plató a satisfacer el morbo de la gente. Si las putas ocupan una calle en Madrid o Barcelona, las cámaras de televisión acabarán allí, con esos telediarios donde es difícil pasar un mes sin ver el tanga de alguna prostituta de europa del este. La época en que para triunfar con una película, un libro, o un videojuego, no te preocupas tanto de lo que contenga sino de como va a salir en los medios. Y es que nos encanta pensar que no pueden engañarnos, que para eso está metacritic, para eso están las estrellitas del usuario… pero al final, como si no tienes 100 estrellitas nadie se molesta en mirarte, porque tu mismo, al pulsar el botón, le das a “ordenar por mejor valorados”, el tema es como vas a conseguir esas notas en metacritic, esas estrellas de usuario… Y empiezan el politiqueo. El peloteo. El intercambio. El salir del anonimato a cualquier precio, la seña indudable de nuestros tiempos. Y cuando crees que con tus quince minutos de fama no tienes suficientes, empiezas a pensar a quien puedes regalárselos, sin que sea “perder el tiempo”.
He oído muchísimas quejas de como funcionan los buscadores de servicios web (del Zune, de Game…) nunca, ni una sola, de como presentan el catálogo. Ya no lo hacemos. No nos interesa mirar lo que hay nuevo. En la época en que presumimos de que no nos hacen falta padrinos, de que a través de la gente podemos destacar aquello que es realmente importante, curiosamente en esa época, solo nos interesa buscar lo que ya sabemos, y no ponemos ningún interés en descubrir lo que puede haber.