ES DIFÍCIL SER IDIOTA
¿Recordáis al cortico de la clase del que siempre os reíais? Ese que siempre iba aprobando justo, recibiendo reprimendas por actos no cometidos y, en definitiva, llevándose las ostias de dos en dos en la escuela de la vida (y en la otra también). Ese que compró hace un par de meses muchas acciones de Bankia. Ese. Poneos un momento en su piel: en el paro, con una mujer que se le va a las dos de la madrugada a “comprar una barra” y vuelve a las seis sin pan pero con una sonrisa de oreja a oreja y más caliente que la hogaza ausente, con dos hijos cuyo tono de piel haría pensar en una rara alteración en la melanina (o en una cornamenta que ni Viki el Vikingo) y con una abuela que nunca le dijo que era el niño más bonito del mundo porque la mujer era muy religiosa y confiaba en la máxima de que cuanto menos hubiese que confesar al párroco más corto sería el camino al cielo. La tercera edad española, siempre ahorrativa en moneda y energías.
Al masilla, como al cortico de la clase, se le pone cara, no nombre. Ambos tienen una modalidad amable, la de los idiotas de los que nadie se acuerda porque no molestan. Son adorables y cariñosos, un pasatiempo para el héroe que les habrá de reventar la cara a ostias, unas mula de carga para fardos de vital importancia como… munición y botiquines que acumular para el “jefe”. ¿Alguien se acuerda de los soldados rebeldes en La guerra de las galaxias? No. De nadie. Sin excepción. Pero todo el mundo recuerda a esos miopes de blanca armadura, a esos encantadores soldados “perfectos” incapaces de atinar a un gato de escayola.
Masillas y cortos también tienen otra modalidad, la brasas, la de los idiotas que van dando la nota porque son idiotas. Los que molestan. Los pesados. Los que están fuera de lugar. Los que gritan muy alto en el bar criticando al árbitro de un partido de tenis porque ha pitado fuera de juego. Los que farfullan en la cola del supermercado cuando la cola trata de seguir el orden pre-existente a la apertura de una nueva caja. Los que se compran un iPhone para usar el WhatsApp con una tarifa de 80€/mes. Los que van con bermudas, chanclas y calcetines negros de ejecutivo hasta las rodillas en diciembre. Los que se secan la frente sudorosa con el reverso de la palma y luego te dan (pretenden) la mano. Los que se ríen a carcajadas de chistes que nunca llegan a terminar de contar en un velatorio.
So Braxas.
Hulk juega, Hulk aplasta. Y como Hulk es gilipollas (que no idiota) se dedica a jugar en difícil juegos que jamás fueron pensados para ser difíciles. Juegos como Tron: Evolution, ideados exclusivamente para trincar la pasta de los incautos que pudiesen caer en la trampa de querer experimentar interactivamente la espectacular estupidez cinematográfica. Y le entran ganas de aplastar al señor al que se le ocurrió llenar el juego de enemigos que solo pueden ser vencidos con un ataque específico. O mejor dicho, que solo pueden ser vencidos con una cantidad absurda de ese ataque específico, con especial mención al enemigo final “Ay que me muero pero no, pero si, pero no, pero venga va que si pero solo por ser tú, que me pones ojitos”, el típico que te persigue desde el primer momento sin saberse muy bien por qué pero que te odia a muerte, literalmente. Ese enemigo, para más señas, se llama Abraxas. Repito, Abraxas. Toda una lección de troleo fino por parte de la ya extinta Propaganda Games.
Juegos que jamás fueron pensados para ser difíciles. Corsé de género y (o) limitación de miras, presupuesto o tiempo. No recuerdo cajones de arena con selector de dificultad; ni plataformas. Pero no puedo recordar ni un solo shooter sin él. En el mentado Tron: Evolution no solo tuvieron los cojones de crear un desarrollo infumablemente repetitivo, cargante y anodino (al menos en difícil), sino que encima añadieron un modo de dificultad “extrema” desbloqueable al superar por primera vez el juego (¿alguien querría repetir con una segunda?), quiero suponer, en un intento vano de alargar la vida útil (sic) de un juego realmente corto y (como era de esperar) muerto.
No es tanto la insoportable pesadez de los enemigos brasas como la insoportable pesadez de los enemigos brasas como único medio para aumentar la dificultad, en forma de vida, número, tocapelotas o todo a la vez. Esos rusos asalta Revertes que lanzan granadas sacadas del ojal cual Goatse Intruder (¿o Extruder?) para hacerte salir de la Sagrada Cobertura de la Regeneración Milagrosa y meterte un atinado tiro en la sien. Esas hordas de “one hit wonder” de Vanquish que ralentizan mejor la acción que un radar fijo de Tráfico. Esos piratas con cráneo de adamantium que ríete tú de Lobezno en las primeras (y segundas, y terceras…) peripecias de Drake. Esos atuneros de Detroit cuyo Saxo con tapacubos cromados y vinilos de Skorpia es capaz de alcanzar la velocidad de la luz para pegarse a tu culo como una calcomanía.
Mind blown.
Todos esos rivales que destruyen la experiencia con una dificultad injusta. Los rusos fueron creados para convertirse en patitos de feria con acento sorprendentemente curtido por el vodka. Los robots espaciales, la nota colorida al festival de chispas, velocidad, epilepsia contenida en tiempo bala y sobrecalentamientos con cáncer de pulmón. El pañuelo pirata no está contemplado por la OTAN como un elemento pasivo de protección personal. Y el Saxo, por mucho altavoz de 20 W sacado de un radiocasete que lleve a todo trapo con lo último de DJ Pancho, sigue siendo un Saxo que en las incorporaciones a autopista te hará cagarte en Sor Citroën. No son divertidos, solo son difíciles. Se comprende su inclusión como factor reto y de este una gratificación, pero se trata de una recompensa para el jugador por el fin mismo y no por la forma de obtenerlo, el camino que se hace al andar-jugar.
La culpa es de los desarrolladores, por no saber, no querer o no poder ofrecer un reto a la altura y mía, por empeñarme en no saber, no querer o no poder comprender a tiempo las limitaciones de unos productos que no fueron diseñados para ser usados como, inocentemente, yo tenía intención de usarlos. Un empecinamiento soberbio, en muchos sentidos, por buscar el mayor reto posible a fin de amortizar cada céntimo de euro aún más, para acabar desaprovechando irremisiblemente esos céntimos en una mala experiencia. Háganse un favor: olvídense de los logros, reales o ilusiorios, si es que les interesan remotamente. Olvídense de medírsela con unas estadísticas que a nadie le importan salvo a los que les importan. Olvídense de empresas fútiles, enemigos con idiocia artificial (IA) y oleadas de aburrimiento. Háganse un favor un céntrense en disfrutar mucho o poco, lo que se pueda, de cada una de sus adquisiciones.
Ya que es difícil ser idiota, pongámosles (pongámonos) las cosas un poco más fáciles.