El uso de la vieja sangre tejió las paredes del mundo que habitaban y le dio forma llenándolo de atrocidades que en su pugna por alcanzar el techo de los Dioses se habían quedado a mitad de camino transformados en terribles monstruos que deberían de ser exterminados por cazadores.
Enloquecidos en este tapar de ojos, se crearon las cacerías. Como siempre sucede se actuó sobre el efecto pero no sobre la causa. Se trató prolongar el «Status Quo» social actuando sobre la fiebre, dejando intacto el virus y fue así como el virus encontró su camino. vampirizando a la sociedad dejándola ciega ante la propia corrupción que la consumía, haciéndola mirar para otro lado y dejando el trabajo sucio a los cazadores que trataban de limpiar las conseecuencias de un plan que era evidente que no terminaba de funcionar. Hasta que fue imposible.
Y en esta última cacería llegaste tú. En ese ciclo de ruptura, en esta última iteración aprendiste a abandonar tu escudo en favor de tu escopeta. Transformaste tu modo de juego abandonando la estrategia y alimentando la furia. Tirándote hacia adelante, lanzándote contra las fauces de tu enemigo cuando en otros tiempos, otros mundos y otros sueños paralelos a este, el recelo y la mesura se hubieran impuesto.
Y descubriste en tu recorrer por esta maldita tierra soñada por los Dioses, que estos te llenaban de lucidez alumbrando tu estupidez para contarte una historia: la de su imposible paternidad. Y en tus mil despertares dentro de un mismo sueño tan solo había otro sueño que alimentaba más y más tu cambio.
Y por el camino encontraste a otros cazadores, estudiantes y miembros de la iglesia transformados en monstruosidades que habían entendido de qué se trataba todo esto: la única ascensión posible pasaba por recorrer el camino prefijado demostrando valía a los Dioses con el simple objetivo de acabar siendo uno de ellos. Todo era una prueba.
Y recorriendo una pesadilla que tan solo había sido creada con el objeto de explicar el por qué de su propia existencia, recorriendo las calles de una ilusión en la que nunca morías y tan solo fracasabas despertando, ascendiste llegando a comprender la más asombrosa de las realidades: que la pesadilla era un videojuego cuyos habitantes obviamente no existían, pues no eran más que polígonos y sonidos que el demiurgo primigenio había creado para que tú, Dios antiguo del Cosmos inalcanzable para los polígonos, tú, jugador invisible a los ojos de los personajes que controlabas a tu antojo como por arte de magia, aprendieras a jugar de nuevo trayendo con ello el advenimiento de un nuevo tipo de jugador.
Y entonces, al comprender que quizá no había otro plano real más que el tuyo propio, el de los Dioses jugadores y que lo acontecido en el sueño te había cambiado físicamente te preguntaste si tu plano de existencia, ese en el que tú te habías transformado en otro tipo de jugador, era también a su vez un sueño.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.